domingo, 14 de octubre de 2007

Regreso a Acteal I. La fractura

En el número de octubre, si usted quiere leerlo, la Revista NEXOS, publica la primera de tres partes que integran un Regreso a Acteal. Vale la pena
Nuestra edición de noviembre verá la segunda (“El camino de los muertos”) y la de diciembre, el mes en que se cumplen con exactitud los diez años de la masacre de Acteal, la tercera entrega (“El día señalado”). Aguilar Camín ha logrado un texto en el que, aparte de sus transparencias narrativas, confluyen el arte del historiador aplicado a la historia reciente y la seriedad del periodista que antepone la investigación de los hechos a las teorías, los datos a los dichos y la cosa tal cual a las ideas previas. Un regreso, confirmará el lector, cuya eficacia y hallazgos son en realidad como una primera vez frente a aquellos sucesos terribles.
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En la mañana fresca del diecisiete de diciembre de mil novecientos noventa y siete, Agustín Vázquez Secum, vecino y principal de Queshtic, pequeña aldea recalcitrante del sacudido municipio de San Pedro Chenalhó en Los Altos de Chiapas, fue muerto a tiros cuando iba a su cafetal, armado con un rifle, en la compañía preventiva de tres amigos, priistas como él, lo que en aquellos tiempos y aquellos lugares sólo quería decir que eran contrarios a la expansión sobre sus pueblos de las armas y el influjo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Dos de los acompañantes del muerto, Lorenzo Gómez y Fernando Vázquez, fueron heridos en la misma refriega, pero alcanzaron a saber que sus atacantes eran Bartolo López y Javier Luna, dos simpatizantes del EZLN, pues les salieron al paso enmascarados con pañuelos pero al cortar cartucho perdieron el disfraz.
La versión de los zapatistas adversarios de Agustín Vázquez Secum, es que éste había bajado a atender su cafetal “armadísimo”, “dispuesto a matar a la persona que se le atravesara”, siendo el muerto una “persona que tiene algo de dinero y no muy le gusta meterse en problemas”. Según la Procuraduría General de la República, la víctima lo era de sus matadores personales y de un impersonal pero mortífero entorno de rivalidades y antagonismos políticos, económicos y religiosos, profundizados a raíz del movimiento armado del primero de enero de mil novecientos noventa y cuatro.1
La muerte de Vázquez Secum interrumpió la tercera reunión que los bandos en pugna habían concertado para ese día, luego de dos semanas de acuerdos y recelos sobre cómo parar la violencia matrera de los pueblos. En los últimos meses de mil novecientos noventa y siete los secuestros, las emboscadas, los saqueos y los muertos habían crecido de más en las aldeas, milpas, veredas y caminos del municipio. Tanto, que los mismos rivales de la zona, una de las más pobres del país, mal gobernada siempre e ingobernable ahora, habían empezado a hablar. No había faltado nunca esa violencia hormiga entre los habitantes de San Pedro Chenalhó que se nombran a sí mismos pedranos o sanpedranos. Catorce de las treinta y cuatro denuncias recibidas en la agencia del ministerio público del municipio durante mil novecientos noventa y cuatro habían sido por homicidios y lesiones, siendo esas denuncias excepción en un ambiente donde nadie se fiaba de la ley y sus alcances. Pero en los primeros siete meses de mil novecientos noventa y siete la cifra de denuncias por violencia había subido a cuarenta y tres, con veintidós muertos y veinte heridos por arma de fuego.

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